Una réplica del cráneo de Homo floresiensis, una de las especies de homínidos analizadas en el último estudio
Un nuevo estudio sugiere que el género Homo ha aprovechado la competición para ramificarse en nuevas especies como no lo ha hecho ningún otro vertebrado conocido
Y, por supuesto que la competición es clave para la evolución de las especies. Es una presión como puede ser el cambio de las condiciones climáticas o una catástrofe que contribuya a seleccionar individuos especialmente adaptados para sobrevivir a esas condiciones. Así, generación tras generación, van ejerciendo como motor de la evolución. La gran diferencia está en cómo.
El doble filo de la competición
Normalmente, la aparición de nuevas especies continua hasta que ocupan todas las oportunidades que el ecosistema les ofrece, todos los nichos ecológicos. En ese momento, empieza una competición más feroz y el número de especies nuevas cae hasta estabilizarse y, finalmente, se desciende el número de especies totales. Es la competición por nichos ecológicos ya saturados lo que contribuye a la extinción y consecuente reducción del número de especies. Al menos, ese es el patrón que nos deja entrever el registro fósil, no importa que hablemos de especies de osos, ballenas o antílopes.
Ahora bien, nuestro registro fósil parece desmarcarse por completo. En palabras de Laura van Holstein, uno de los investigadores del estudio: “Cuantas más especies de Homo había, mayor era la tasa de especiación. Así que cuando esos nichos se llenaban, algo impulsaba la aparición de aún más especies. Esto es casi sin precedentes en la ciencia evolutiva”. Algo hacía que, para nosotros, la competición funcionara como un abono en lugar de como un veneno. Y, hasta donde sabemos, eso solo ocurre con otro grupo de animales con el que no tenemos mucho más en común.
Una isla llena de escarabajos
En los homínidos primitivos, aquellos anteriores al género Homo, la tendencia de especiación y extinción era la normal en el resto de los vertebrados, fue después, con nuestro género, con lo que todo se puso del revés. Y eso significa que, como dice Laura van Holstein: “Los patrones de evolución que vemos en las especies de Homo que condujeron directamente a los humanos modernos se asemejan más a los de los escarabajos que habitan en islas que a otros primates, o incluso a cualquier otro mamífero”. En ese aspecto tan concreto, pero a la vez tan importante, nos parecemos más a los escarabajos que a otros primates.
Y, la pregunta lógica es: ¿por qué? ¿Qué nos hace especiales? Y lo que es todavía más inquietante: ¿Qué podemos tener en común con esos escarabajos para compartir esta excepción? En el estudio han preferido dejar las cosas tan claras como fuera posible antes de empezar a sacar conclusiones, y para ello han tratado de precisar algunos aspectos de nuestro árbol genealógico, porque normalmente fechamos el tiempo de existencia de una especie en función de la datación de su fósil más antiguo y del más moderno. Sin embargo, es muy poco probable que esos dos fósiles sean, casualmente, propiedad del primer y del último ejemplar de la especie.
Aclarando fechas
Así pues, los investigadores crearon un modelo informático que tenía en cuenta características como las condiciones ambientales donde se encontraron los fósiles, la frecuencia con la que se han hallado restos de cada especie y otros parámetros. A partir de estos datos, han podido estimar, de forma aproximada (y cuestionable) cuándo vivió realmente cada especie y parece que ha habido mucha más coexistencia de la que pensábamos, por lo que, lógicamente, si ha habido más especies del género Homo de las esperadas compartiendo hábitats, es muy probable que la competición fuera incluso más intensa.
Por desgracia, el artículo no aclara muchos más detalles sobre esta peculiar tendencia, pero sugiere que, tal vez, lo que nos ha diferenciado tanto de otros vertebrados es la tecnología, que nos permitía lidiar mejor con un nicho ecológico ya saturado, encontrando nuevas formas de aprovechar los recursos sin que la competición con otras especies creciera tanto como sería esperable.
Si esta última hipótesis está en lo cierto, la llegada de un generalista como el Homo sapiens pudo haber desequilibrado esta tendencia de especiación, introduciendo en el juego una intensa competición que llevaba tiempo esquivándose. No obstante, estos dos últimos párrafos son elucubraciones que necesitarán nuevas pruebas y muchos estudios antes de ser confirmadas.
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