Alemania se llevó el premio gordo de Intel: una fábrica de 17.000 de millones de inversión. Pero ahora las exigencias de la compañía ponen en riesgo estos planes. Una muestra de que no es fácil traer esta industria a Occidente de vuelta.
Si esto de los nanómetros les suena a chino, basta con que sepan que, junto al número de núcleos y la velocidad, es uno de los indicadores con los que se mide lo avanzado que es un chip determinado. Cuanta más baja es la cifra, mejor, porque significa que caben mayor número de transistores en el mismo espacio. A día de hoy, los más avanzados se encuentran en el nodo de los 3 nanómetros.
En el caso de Intel, este objetivo es importante porque la compañía, que siempre daba forma a sus propios productos, tuvo que recurrir a competidores como TSMC porque se le complicó llevar su tecnología de fabricación por debajo de los 10 nanómetros. Volviendo al asunto de la fábrica, bastó con que Gelsinger hablase de sus intenciones para que los gobiernos europeos se pusieran en modo cortejo y empezasen, entre bambalinas, una puja para llevarse el gato al agua. Y a veces lo industrial resulta como el fútbol, un deporte, como decía el delantero inglés Lineker, en el que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania.
La multinacional estadounidense escogió la ciudad de Magdeburg, al este del país, para levantar una infraestructura que supondría una inversión total de 17.000 millones. Ninguna empresa extranjera había puesto tantos huevos en la cesta teutona desde la II Guerra Mundial. Italia, Polonia o Irlanda, donde se ampliará la fábrica existente; tuvieron también sus pequeñas victorias. España vio como su gran oportunidad de volver a tener una fábrica de vanguardia, como la que ATT Electronics tenía en Tres Cantos en los 90, se esfumaba en favor de los germanos. El fuerte aplauso y el juego del programa era una colaboración entre el Supercomputing Center de Barcelona e Intel para explorar arquitecturas futuras.
Pero más de un año después, el acuerdo para empezar la construcción de la fábrica no se ha cerrado y parece estar más lejos que cuando se anunció. Los problemas han aparecido cuando el proyecto ha intentado dejar de ser un powerpoint para una presentación ante los medios y ha intentado hacerse realidad. Intel iba a recibir un total de 6.800 millones de euros en concepto de subsidios públicos por parte del gobierno alemán para su planta. El problema es que ahora han vuelto a hacer cuentas y, viendo los precios de la energía y otros aspectos de la construcción, piden 10.000 millones de ayudas.
El camino hasta la piedra
¿Qué representan 3.200 millones en el presupuesto anual alemán, que se ha fijado en 445.000 millones para 2023? Parece poco, pero la petición, tal y como revelaba el Financial Times hace unos días, ha sido suficiente como para generar un enfrentamiento en el ejecutivo tricolor que sostiene a Olaf Scholz en la Cancillería.
Los socialdemócratas y los verdes son partidarios de abrir la mano y atender las peticiones de Intel. Son los liberales de FPD, el socio minoritario, los que se oponen. Su líder, que ostenta la cartera de Finanzas, Christian Lindner, dijo en una reciente entrevista al rotativo inglés que "no hay más dinero disponible en el presupuesto en un momento en el que se está intentando contenerlo y no expandirlo". El político también aseguró no ser partidario de aumentar este tipo de ayudas sacándolas del bolsillo de los contribuyentes y que había que mirar muy bien la letra pequeña para no vulnerar las normas comunitarias. Intel se ha limitado a reconocer que existen esas peticiones por la "brecha de costes.
"Hay tres grandes fases cuando se negocia una inversión de este tipo", explica Luis Ríos Pita, director de programas de Tecnología de ESIC. "La primera de ellas, en la que se encuentra Intel, es la fase que se podría llamar geopolítica. Los tiempos cambian dependiendo los actores y las urgencias, pero es normal, que surjan estas fricciones porque cada parte defiende sus intereses. Eso sí, los fabricantes de microchips ahora tienen la sartén por el mango", opina. Después de esos, apunta Ríos, viene la construcción ("que se puede demorar entre 2 y 4 años, dependiendo la magnitud de la planta") y su puesta a punto.
"Esto no es enchufar los equipos, apretar un botón y que todo funcione. Hay que comprobar que no haya partículas contaminantes, que el proceso de fabricación sea refinado… Eso puede llegar a suponer otros 2 años hasta que estás a pleno rendimiento". En resumen, desde que se pone la primera piedra hasta que una planta como la de Intel funciona a toda máquina pueden pasar 6 años.
"Eso si las negociaciones previas no frustran o retrasan los planes", apuntilla. Este experto sabe de lo que habla. En los 90 fue ingeniero y tuvo varios cargos en la fábrica madrileña de ATT Electronics, una de las más punteras del mundo por aquel entonces. "Durante mucho tiempo se estuvo negociando instalar una fábrica gemela en España con los norteamericanos. El problema es que sus peticiones no fueron atendidas y acabó yéndose a China, donde sí salían las cuentas", explica el docente a modo de ejemplo, aunque reconoce que el "contexto" es diferente ahora que hace tres décadas.
Energía, ese caballo de batalla
El principal caballo de batalla parece ser el coste de la electricidad. "No se puede perder de vista que estas es una industria electrointensiva, que está 24/7 trabajando", explica Ignacio Mártil de la Plaza, catedrático de Electrónica y doctor en Física en la Universidad Complutense de Madrid, que pone sobre la mesa el caso de Taiwán y TSMC.
Esa empresa consume, por sí sola, el 6% de la energía del país", remata. Las estimaciones señalan que en tan solo dos años esta cifra aumentará hasta el 12,5% la factura nacional de Taiwán. "El salto de la litografía ultravioleta profunda a la litografía ultravioleta tiene que ver en este aumento", añade Mártil de la Plaza.
La litografía ultravioleta extrema es la técnica que se necesita para crear los chips más modernos y punteros. Por debajo de los 10 nanómetros es casi imposible crear semiconductores sin esta tecnología en masa y de forma estable. La única empresa que puede crear los equipos capaces de ejecutar esa tecnología a día de hoy es ASML, una firma holandesa. Esa es la razón por la que este país europeo se ha convertido también en una pieza clave en la campaña de sanciones que EEUU ha emprendido contra China con el fin de ralentizar su avance. El último giro es que Países Bajos estaría vetando a estudiantes de aquel país en programas universitarios que aborden tecnologías sensibles.
Las de ASML son máquinas del tamaño de un autobús urbano, cada una de ellas pesa 180 toneladas y requiere de una veintena de camiones para trasladar todos sus componentes. Cada equipo devora energía a raudales. El último modelo (High NA EUV), del que Intel ha encargado varias unidades, tendrá un consumo adicional de 0,5MW sobre el actual, que es de 1,5MW. Un total de 2.000 millones de vatios, según confirmó la propia empresa. Funcionando las 24 horas del día, gastaría 48.000 kilovatios-hora de electricidad todos los días. Según Red Eléctrica, el consumo medio de un hogar en España a lo largo de todo un año es de aproximadamente 3.300 kWh. "Es normal que esto esté en el centro del debate y es lógico que Intel aproveche su posición de poder, que la tiene, para obtener mejores condiciones".
Una factura más alta en EEUU que en Taiwán
Ríos Pita señala que las subvenciones o el coste del suministro eléctrico influye en decisiones como las que tomó Intel, pero que otros puntos a tener en cuenta. "Es muy importante la industria accesoria que necesitan estas plantas para poder tener acceso a los gases y otros materiales empleados en la fabricación. Esto es algo que también te puede requerir inversión adicional y todo eso suma", subraya.
El otro elemento en la ecuación es el talento. Y hay dos maneras de conseguirlo: o fichas a profesionales preparados o capacitados a otros. "En el caso de AT&T lo que se hizo fue llevar un grupo de españoles todo un año a una instalación en Estados Unidos a formarse con el personal de allí", recuerda el docente de ESIC.
Mártil de la Plaza pone también el asunto de la remuneración. "Se puede pensar que a estos niveles y con este grado de formación no existen diferencias salariales. Pero varían mucho dependiendo el país. Por ejemplo, EEUU tiene remuneraciones más altas que las que se ofrecen en Alemania y, por supuesto, en España. Pero es que estos son más elevados que los que se ofrecen a estos perfiles en Taiwán". Muchas veces los sueldos son el arma que utilizan empresas como TSMC para disuadir a sus empleados para que se trasladen de forma temporal a países como EEUU, donde está levantando un megacomplejo de vanguardia en Arizona. Un extenso reportaje del New York Times explica que, además de otros problemas, la empresa no estaba consiguiendo que los perfiles cualificados que tienen en su país natal se desplazaran allí.
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