En la ladera del pico Carlit hay un pequeño pueblo pirenaico solo mediocre en apariencia. Allí se habla español, a juego con su pasaporte y su DNI, convirtiéndolo en un pueblo único en su tipo a raíz de un tratado firmado en el siglo XVII. Pero esa no es la única razón por la que se trata de un lugar único.
El lugar que no se quiso abandonar
El porqué existe este lugar se responde muchos años atrás, concretamente durante el periodo que marcó la guerra de los treinta años. Sin hacer de esto una clase de historia, hay que saber que Francia ganó la batalla de Dunas, una posición que obligó a España a negociar la paz, cediendo el territorio más allá de los pirineos que por aquel entonces correspondía al reino de Felipe IV.
Sin frontera ni fortificaciones, Llívia permaneció bajo administración española y por una razón que se remonta a tiempos aún más antiguos. Fue durante el reinado de Carlos I que el enclave recibió el nada desdeñable privilegio de convertirse en villa real, lo que le confiere un carácter simbólico por el que España no estaba dispuesta a abandonarla.
La última guerra entre España y Francia
Aunque dejados en paz, este pueblo catalán seguía contando con las atípicas incomodidades de una localidad en medio de un país ajeno. La única carretera que une a Llívia con el resto del país es una vía que transcurre 5 kilómetros por territorio franco, hasta la villa arropada por los Pirineos que es Puigcerdà.
La carretera nacional N-154, era la forma directa de cruzar la frontera en un trayecto relativamente corto, hasta que el gobierno francés construyó dos calzadas en perpendicular, con sus respectivas señales de stop que obligaban a parar a los llivienses. Ellos, que siempre se habían tomado el concepto de paso prioritario muy en serio, sintieron las señales como una declaración de guerra. Y fueron a la guerra.
La trifulca fue protagonizada por una serie de comandos vecinales que, durante dos décadas, arrancaban las señales de tráfico que el gobierno francés insistía en implantar sobre los habitantes de Llívia, en el juego más dantesco del gato y el ratón que se recuerda en la historia del lugar.
Poco faltó para que esta guerra apócrifa tomara tintes de conflicto internacional y los gobiernos de ambos países tuvieron que tomar cartas en el asunto. Se eliminaron las señales y se sustituyeron los cruces por rotondas. Además, el gobierno español financió la construcción de un puente en la N-154, dejando a Francia como encargado de su mantenimiento.
Font, article de Juan Romero per a "Viajar"
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