sábado, 27 de enero de 2024

La gran avenida que debía simbolizar la Nueva Valencia (pero no lo consiguió

 

La Avenida de las Cortes Valencianas, vista desde el edificio Ikon, de Kronos Homes

La vía de las Cortes Valencianas es una colección de hitos firmados por arquitectos estrella. También tiene un palacio de congresos, un casino y un estadio por acabar.


En 2007 el artista valenciano Manolo Valdés, afincado en Nueva York y padre espiritual de las meninas escultóricas, destapaba su gran obra para Valencia: la Dama Ibérica, un trabajo con mano de escultor, pero también de orfebre, que en colaboración con Lladró relucía bien de azul en una de las entradas más relevantes de la ciudad: la Avenida de las Cortes Valencianas.

Valdés, el genio valenciano del siglo XX según Francisco Camps, era el centro de la escena (junto a la Dama) en una noche de febrero de hace 17 años. Se presentaba la esfinge, hecha con 22.000 piezas, pero sobre todo se exhibía el esplendor de la avenida, hecha símbolo de una nueva era urbana. “La Dama Ibérica es la expresión de un nuevo lenguaje plástico”, dijo Rita Barberá, antes de que unos fuegos artificiales terminaran de iluminar la pieza. Y ese culto a ‘lo nuevo’ era la clave.

 

La novedad estaba en el propio pensamiento urbanístico, con avenidas de amplios carriles y edificios modernos a sus orillas. La significación de una Valencia que al compás de grandes eventos miraba desacomplejada al futuro. La de Cortes Valencianas servía de avenida-aduana, controlando el tráfico que entraba del norte, cara a cara con Burjassot. También de frontera entre los distritos de Benicalap (este) con Campanar (oeste). Un enclave decisivo que debía ejemplicar la Valencia del siglo XXI. Por eso Manolo Valdés. Por eso Norman Foster. Por eso Bofill. Por eso, ups, el Nuevo Mestalla. La congregación de edificios estrella debía inclinar el tablero urbano hacía allí.

Hace apenas unos meses el hijo de Ricardo Bofill, Pablo, presentó la obra póstuma de su padre: el edificio Ikon. Una torre con cerca de 200 pisos (auspiciada por Kronos Homes) que vendió con rapidez sus apartamentos, entre 200.000 y tres millones de euros. El hito suponía finalizar la puerta de entrada de Valencia por el oeste, con Ikon a un lado y la Torre Hilton al otro (en el entorno del Palacio de Congresos). Bofill y Norman Foster mirándose frente a frente.

No hay otro fragmento urbano en Valencia que reúna tan concentradas a firmas arquitectónicas relevantes. Y, sin embargo, la Avenida Cortes Valencianas sigue sin ocupar la centralidad urbana. Está envuelta por una sensación entre avenida dormitorio (dormitorio premium, eso sí) y centro corporativo. No ayuda el modelo: la tipología de avenidas solemnes, enfocadas a partir del condominio y el tráfico rodado, sin especificidades locales, como hecha a partir de una ideación sintética de la ciudad.

Es posible que el naufragio del Nuevo Mestalla (junto a la Dama de Valdés), en permanente estado de promesa, colabore a la falta de centralidad: el arraigo del que cada partido debía dotar al entorno lleva quince años en espera. Pero sobre todo ocurre porque es una infraestructura construida como caída del cielo, sin atender a sus contextos. El mapa de renta es revelador: si su calle está en el 5% más rico de España, apenas unos pasos hacia el este, dirección Benicalap, hacen bajar en picado de las rentas. En dos minutos se pasa a unas calles con una renta de 11.000 euros, entre el 15% más pobre del país. Es posible que la avenida haya cumplido con creces sus verdaderos objetivos.

Pese a la conjunción de arquitectos estrella, tampoco ejerce de polo de interés para visitantes. El bus turístico, en uno de sus trayectos, se da un volteo por la zona con unos usuarios que no saben muy bien qué justifica este desvío. El turismo de congresos, que genera una afluencia destacada, procura desplazarse al centro para tomar contacto con la percibida como Valencia verdadera.

Este conato de nueva ciudad cuenta, por supuesto, con su casino, esquinado tras pasar la Torre Ikon. El Casino Cirsa, de 2010 y obra de José María Lozano, permite al menos cenar de madrugada, ajenos a cualquier hora. Representa bien los biorritmos de la avenida: habitar para dentro, pero no hacia afuera. Es una acumulación de hitos, un paso rápido, lejos del espíritu de una plaza. Si la ambición fue consagrar una Nueva Ciudad, puede concluirse que no lo consiguió porque se parece demasiado poco a la propia Valencia.

Font, article de Vicent Molins per a "El Confidencial"

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