En los estertores del franquismo Valencia quiso atraer el turismo de masas convirtiendo su bosque urbano en un enorme 'resort' vacacional.
Aunque de aquella editorial de 1970 hasta el año 1973 apenas pasaron tres años, la línea del tiempo se aceleró de tal manera que fue la distancia entre dos épocas antagónicas. Si desde el principio activistas ambientales como Gil Corell, Docavo o Mansanet habían advertido del cataclismo que supondría el proyecto (incluso Félix Rodríguez de la Fuente le dedicó un programa en Vida Salvaje), fue a partir de ese 73 cuando las cosas comenzaron a cambiar definitivamente.
El Saler per al poble
Los colectivos contrarios a la actuación lograron vincularse bajo un lema poderoso: El Saler per al poble, que comenzó a arraigar, advirtiendo que en la balanza había costes que pesaban mucho más que las posibles inversiones, auspiciadas por agentes como el Banco Urquijo. Y en esa percepción, Las Provincias jugaría de nuevo un papel decisivo. Su línea editorial, con la llegada al periódico de María Consuelo Reyna, giró radicalmente. Y con ella los misiles cambiaron su dirección. Al igual que ocurriría con el riesgo de urbanización del antiguo cauce del Turia, las misivas de Reyna se oponían a que las infraestructuras turísticas se zamparan los territorios más cualitativos de la ciudad.
“Las voces de alarma han comenzado a sonar con fuerza después del planteamiento de la urbanización”, avisaba Las Provincias. “Ha sido en los últimos años, a raíz de la justificada conmoción mundial por los problemas de la contaminación y la ecología, de la destrucción de la naturaleza y el abuso urbanístico, cuando ha comenzado la reflexión sobre el Saler, de modo serio”, escribía el periodista Pérez Puche en sus páginas, en 1973.
El diario valenciano había cambiado su postura, pero también la sociedad había comenzado a tener en cuenta que el progreso y el desarrollismo no eran necesariamente la misma cosa. En los estertores del franquismo, más de 15.000 firmas pidieron la paralización de los planes junto a La Albufera. A pesar de que el ayuntamiento había accedido a modificar puntualmente algunos de los principales excesos, el movimiento ciudadano exigió salvar al completo el pulmón verde. En 1974 el Colegio de Arquitectos acogió la muestra El Saler: datos para una decisión colectiva. Su impacto desmintió muchas de las máximas económicas que sostenía la dictadura, pero especialmente mostró todo lo que Valencia perdería convirtiendo su devesa y su bosque en un resort vacacional.
Pulmón verde y democrático
En ese camino en paralelo entre la democratización del país y la conservación del Saler, en 1980 el primer ayuntamiento surgido tras las elecciones terminó con los planes inmobiliarios. En los años siguientes fue creando el armatoste legal para su protección. A pesar de que, en una carrera contrarreloj, los urbanizadores lograron iniciar su obra faraónica con algunos edificios –todavía visibles–, con un campo de golf y con algunos tramos urbanizados, en 1986 la declaración como Parque Natural de La Albufera, incluyendo al Saler, refrendó que, como gritaban aquellos pioneros de los setenta, el Saler era para el pueblo.
Casi medio siglo después, sigue representando una defensa crítica sin la cual Valencia no puede entenderse tal y como es. Por eso la movilización colectiva ha vuelto a ser recordada como ejemplo ante las protestas por los planes de ampliación norte del Puerto, con lemas como más València, menos Puerto. Voces como las de Rodríguez de la Fuente (en este caso Odile, su hija) vuelven a sonar mostrando que a aquella balanza que giró su inclinación se le sigue añadiendo peso.
Font, article de Vicent Molins per a "El confidencial"
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