Samuel Sánchez ha inventado una inyección de nanobots autopropulsados que navegan por la vejiga y atacan a los tumores.
En julio de 2023, un estudiante de microbiología que trabajaba en un cine recibe un extraño encargo de su empresa: verter el contenido de unas ampollas en la bebida de los espectadores de la sala de proyección. Se niega a hacerlo y es despedido, pero se lleva una de las ampollas a casa y la pone al microscopio. Descubre, entonces, que está llena de minúsculos robots. Nanobots listos para ser ingeridos involuntariamente.
Esta historia se hace inmediatamente viral. Y muchos no se percatan de que su autor está publicando esto de manera irónica, para denunciar las teorías conspiranoicas que sostiene una película con Jim Caviezel recién estrenada, Sound of Freedom. El autor del tuit no era sino un cómico canadiense que troleó a la red con semejante invento como, a su vez, probaron distintos verificadores a nivel internacional.
No hay nanobots en las bebidas o en las vacunas. Pero, ¿podría haberlos, con la tecnología actual? “Ojalá pudiéramos hacer algo tan pequeño con tanta complejidad” ironiza Samuel Sánchez, investigador ICREA del Instituto de Biotecnología de Cataluña y fundador de la startup CSO. “El año pasado, el médico me hizo esta broma: ‘¡Tú vas a ser el que nos vas a inyectar microchips al resto!’”, recuerda el invitado de esta semana al pódcast Tampoco es el fin del mundo. Sánchez explica que “casi siempre es al revés. Los nanobots que nosotros fabricamos son extremadamente simples desde el punto de vista estructural, son como bolitas, copiamos a la naturaleza”.
Nanobots, del terror de la ciencia ficción a salvar vidas
Sánchez lleva años perfilando una tecnología de nanobots que en nada se parece a la que imaginó ese comediante en su tuit. Su empeño ha sido el de contar con una tecnología microscópica capaz de navegar por nuestro organismo hasta dirigirse a tumores. Y allí, atacar. Ahora, acaba de presentar junto a Meritxell Serra Casablancas los primeros resultados exitosos de una terapia con nanobots inyectables, capaces de reducir en un 90% los tumores de vejiga en ratones. “Y eso, con una sola dosis”, recalca.
Estos nanobots se mueven y orientan solos hacia el tumor, destruyéndolo al 90% en la primera inyección.
En investigaciones anteriores, los científicos confirmaron que la capacidad de autopropulsión de los nanorrobots les permitía alcanzar todas las paredes de la vejiga. Sánchez es el inventor del que podría considerarse el motor de propulsión más pequeño del mundo, a base de enzima ureasa. Su combustible, un componente de la orina. Esta característica haría que el tratamiento sea más cómodo para el paciente y más barato. “El de vejiga es uno de los cánceres más caros de curar”, indica. Este nuevo enfoque con nanobots, presentado la semana pasada, va más allá al demostrar no sólo su movilidad, sino que van directas y se acumulan en el tumor. No es que sean nanobots inteligentes o teledirigidos hacia el tumor. En realidad ”chocarían contra la pared de la vejiga. En cambio, cuando llegan al tumor, esta capa es tan esponjosa que la va a poder penetrar”. Además, al cambiar el Ph de la orina, licuifica las paredes del tumor y “pueden penetrar como pequeños taladros”.
Todavía en fase experimental, el trabajo de Samuel Sánchez ha sido publicado en Nature Nanotechnology. Sigue la estela de otros ensayos que nos acercan a la utopía de la cura de enfermedades célula a célula, mediante ‘chips prodigiosos’ que navegan por nuestro organismo reparándolo y distribuyendo fármacos.
A diferencia de lo que proponen relatos de ciencia ficción como Viaje Alucinante (película de Richard Fleischer, 1966. Novela de Isaac Asimov, 1966), “no resulta interesante navegar por la sangre sino llegar donde no se puede llegar de otra forma”, recuerda. Sánchez ya experimenta con “nanobots o nanosubmarinos nadadores que vayan a lugares donde nadie pueda llegar, donde los fármacos no llegan, como mucosas tumorales o el líquido sinovial de la rodilla”.
Para una parte de la ciencia clínica la nanotecnología es el futuro de la medicina personalizada. Por ahora, en el campo teórico o experimental, con animales, hay apuestas por materiales biohíbridos, que combinan proteínas o enzimas con sustancias sintéticas. Con ellas se fabrican cápsulas capaces de marcar células dañadas, llevar medicamentos o actuar sobre tejidos muy concretos, curarlos o repararlos. Para algunos autoproclamados visionarios, los nanobots son el camino hacia la inmortalidad. ¿Y si están en lo cierto? ¿O hay sólo el espejismo de un suculento y especulativo ‘nanonegocio‘?
“Tal y como va la tecnología, sí que hay un avance en el campo del envejecimiento activo –asegura–. En reparar células, en reparar sistemas, pero de ahí a la inmortalidad… Bueno, yo creo que ese es un lugar más, más oscuro”, cuenta Sánchez. Entre quienes se aventuran a vislumbrar un futuro no muy lejano de humanos inmortales está el ingeniero Ray Kurtzweil. Actualmente trabaja para Google, pero fue un pionero de los sintetizadores de música y de los lectores ópticos de caracteres para ciegos. Stevie Wonder fue su cliente por sendos motivos.
Kurtzweil sostiene que un ejército de nanobots cerebrales podrían expandir nuestro conocimiento, navegando por nuestra sesera conectados a la nube. Y otros, mientras, podrían repararnos casi célula a célula hasta hacernos inmortales. Y esto, no dentro de un siglo, sino en apenas una década.
“El problema –dice Sánchez– es que podemos ‘llamar’ nanobots a cualquier cosa; puede ser un chip robotizado o algo celular. Mirando a diez o veinte años, sí que se pueden hacer algunas hipótesis, pero no me quiero meter en cuestiones éticas”. Con todo, reconoce que cosas en nanotecnología que hace una década parecían utópicas ya tienen una aplicación. “Casi que te diría que la tecnología va avanzando tanto y en tantos campos, que en diez o veinte años casi cualquier cosa va a ser posible”.
Font, article en "Newtral"
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